Estaba tomando unas cervezas en Oviedo con una vasca, de esas que te sueltan una historia y ya no te puedes tomar la siguiente caña igual.
Me empezó a contar anécdotas de urgencias. Historias locas de cuando era residente.
Yo, encantado. Porque si algo me gusta más que la cerveza, son los errores ajenos.
Sobre todo si se pueden usar para hablar de bolsa.
Y de todas las que soltó, hubo una que me dejó con la ceja más levantada que las acciones de Nvidia en 2023.
No fue la del tipo que entró asustadísimo porque le había caído crema solar en el ojo.
Factor 50.
De protección, claro.
(No, eso no da para reflexión financiera… aunque igual sí, pero no hoy).
La historia buena fue la del belga.
Sí, un belga haciendo el Camino de Santiago.
De esos que se compran botas de 200 euros para andar por tierra con más fe que planificación.
Pues el colega, al terminar una etapa, se sienta con el resto de peregrinos, se piden una birra, y empieza el espectáculo.
Que si yo me como esto. Que si yo me como lo otro.
Que si “no hay huevos”.
Que si “aguántame el cubata”.
Total, que se reta con los demás a ver quién se atreve a comerse cualquier cosa.
Y el belga, que se lo tomó muy en serio, se agacha, arranca unas raíces del suelo…
Y se las zampa. Así. Sin sal ni nada.
¿Resultado?
Parada cardiorrespiratoria.
Lo reanimaron durante 40 minutos.
Cuarenta.
Casi una hora muerto.
Muerto de verdad. De los que se enfrían.
Le conectaron a una máquina de esas que parecen sacadas de House, y lo dejaron ahí, enchufado, a ver si había suerte.
Y la hubo.
Pero lo más loco de todo es que, cuando llegó al hospital, nadie sabía qué se había metido el tipo.
Solo una pareja de testigos dijo: “una raíz blanca que estaba junto al sendero”.
Spoiler:
Cicuta.
La misma que usaron para cargarse a Sócrates.
Y claro, al belga casi le pasa lo mismo. Pero sin filosofía.
Ni toga.
Después de meterle todos los antídotos posibles y analizarle la sangre, sobrevivió.
Y días más tarde, ya se estaba quejando…
¿De qué?
De la comida del hospital.
Un clásico.
¿Qué tiene que ver esto con la bolsa?
Todo.
Porque en esta historia hay más lecciones sobre cómo invertir con cabeza que en algunos másteres de 5.000 euros.
1. No te metas algo sin saber lo que es.
Ni en el cuerpo…
Ni en la cartera.
Ese belga se zampó una raíz sin tener ni idea de qué era.
Y tú, a veces, metes tu dinero en productos financieros que tampoco entiendes.
Porque alguien te lo dijo.
Porque lo viste en Instagram.
O porque “va subiendo y todos lo están comprando”.
Error.
Antes de invertir, pregunta. Investiga.
Conoce el riesgo. Lo bueno y lo malo.
Porque si no, puedes terminar igual que el belga.
2. Aprende del error ajeno.
No hace falta comerse cicuta para saber que mata.
Y no hace falta perder miles para entender que seguir al rebaño no suele funcionar.
Invertir no es una competición de valientes.
Ni de chulos.
Así que la próxima vez que alguien te diga “esto no falla”, haz como tu madre cuando eras pequeño:
—¿Y si tu amigo se tira por un barranco, tú también?
Pues eso.
3. Haz como el médico: investiga.
Cuando el paciente no hablaba, el médico tiró de método.
Preguntó. Indagó. Cruzó datos.
Y acabó descubriendo que se había intoxicado con cicuta.
Tú, antes de meter un euro en cualquier empresa, ETF o chiringuito de moda, haz lo mismo.
Analiza. Ya sea análisis técnico, fundamental o lectura de cartas astrales…
Pero que haya método.
No inviertas “a ver qué pasa”.
Moraleja:
Invertir sin entender es como comerse una raíz al azar en mitad del monte.
Puede que no pase nada.
Puede que te forres.
Pero también puedes terminar en la UCI.
Y lo peor no es perder dinero.
Lo peor es no tener ni idea de por qué lo perdiste.
PD:
Lo del belga es real. Salió hasta en los periódicos.
Fue en un pueblo de Pontevedra.
No todos los días se intoxica alguien con cicuta.
Pero invertir sin saber…
Eso pasa todos los días.
Y eso sí que mata.
Pero tu cuenta bancaria.
